Autor: Luis Olivera
1. Lo primero es actuar de acuerdo con la verdad de las cosas.
Enseñar a los hijos a no engañarse, a ser sinceros, a actuar con coherencia.
2. Un segundo es que “el entrenamiento es una exclusiva de la inteligencia humana” (Marina).
Hay que enriquecer el lenguaje, hay que fomentar el diálogo, el ejercicio mental de razonar, de defender una causa, de tener argumentos para las propias decisiones, y no hacer sólo lo que hacen los demás, como los borregos.
3. Ya que es imposible no equivocarse nunca, al menos, por utilidad y por deber, hemos de aprender de nuestras equivocaciones.
Si queremos aprender a pensar, deberemos descubrir el mundo tan humano del error. "Equivocarse es humano", descubrieron los antiguos. El error es el precio que tiene que pagar el animal racional.
4. Deliberar es la segunda etapa de la voluntad.
Seremos más inteligentes y más libres cuando conozcamos mejor la realidad, sepamos evaluarla mejor y seamos capaces de abrir más caminos. Sería un error pensar, observa Leonardo Polo, que el hombre inventó la flecha porque tenía necesidad de comer pájaros. También el gato tiene esa necesidad y, no ideó nada. El hombre inventó la flecha porque su inteligencia descubre la oportunidad que le ofrece la rama.
5. Mantener abierta nuestra capacidad de dirigir nuestra conducta por valores pensados.
Hay que pasar del régimen del impulso irracional al régimen de la inteligencia. Más que enseñar a pensar, la función de los padres ha de consistir en motivar a los hijos para que quieran pensar, por cuenta propia. Con actitudes positivas, los niños se comen el mundo; con actitudes negativas, el pensar aparece como algo cansino; el actuar, como mediocre.
6. Enseñar a tomar decisiones. La inteligencia es la capacidad de resolver problemas vitales.
No es muy inteligente quien no sea capaz de decidir, aunque dentro de su refugio resuelva con soltura problemas de trigonometría.
7. “Debemos recuperar de los niños, y fomentarla, la sana estrategia de preguntar continuamente.
Las tres preguntas fundamentales son: ¿Qué es? ¿Por qué es así? y ¿Ud., cómo lo sabe? Aristóteles definía la ciencia como “el conocimiento cierto por las causas”. Pues, habituarse a formular por qués. Los padres deben estimular, motivar, comentar y promover el clima adecuado para favorecer los hábitos intelectuales de sus hijos.
8. La inteligencia que planteamos tiene que saber aprender y, sobre todo, tiene que disfrutar aprendiendo.
Formular preguntas que ayuden a ser más reflexivos, a interrogarse sobre el pensamiento: ¿Por qué piensa el hombre? ¿Has pensado por qué recuerda cosas? ¿Pensamos mientras dormimos? ¿Qué es lo que más te hace pensar? ¿Puedes pensar en dos cosas distintas a la vez? Leonardo Polo define al hombre como un ser que, no sólo soluciona problemas, sino que además se los plantea. En efecto, el ser humano progresa planteándose nuevos problemas y buscando solucionarlos.
9. La inteligencia debe de ser eficazmente lingüística.
Ya gracias al lenguaje, no sólo nos comunicamos con los demás, sino con nosotros mismos. La inteligencia no se parece a una colección de fotografías, sino a un río. Río e inteligencia “discurren”. Nuestra lengua natural, la materna, es un río donde confluyen miles de afluentes. "La pluma y la palabra son las armas del pensador" (JA Jauregui
10. Fomentar la lectura y controlar el uso de la TV.
Ya que hablamos del vuelo de la inteligencia, se trata de “ser más inteligentes que la TV” (Jiménez). Los libros “tienen que ser obras que alimenten la inteligencia sin dejar seco el corazón”.
11. Urge encontrar tiempos para reflexionar, para pensar, que es menos trabajoso y más barato que otras necesidades que nos creamos.
Sobre el sentido último de la vida, de las cosas, del hombre, de Dios. Cuando Unamuno dijo que solía ir a pasear con pastores de ovejas para aprender a pensar, para deshacerse de prejuicios y dogmas de escuela, todos se rasgaron las vestiduras. Sin embargo, Unamuno era sincero. Un pastor de ovejas tiene tiempo para pensar, para dar rienda suelta a su imaginación y descubrir nuevos horizontes filosóficos que no ha visto nunca ningún otro filósofo. Fernando Corominas dice que hay que “sentar” en la mente y en el corazón de los hijos las cosas buenas, antes de que les lleguen las nocivas. Es llegar antes, es educar en futuro. Siempre que nos abandonamos, retornamos a la selva. La selva de la que hablo metafóricamente es siempre una claudicación de la inteligencia.
Este deseo hay que cultivarlo, estimularlo mediante el proceso educativo. Incomoda, precisamente, que en nuestros colegios, tanto públicos como privados se estimule poco el pensamiento crítico-creativo de forma autónoma. Y aún peor, que los docentes censuren y aplasten las inquietudes individuales. Tradicionalmente, el docente se comporta como el sabihondo que mira al estudiante desde su alta investidura con escaso o nulo respeto. Nada más errado. Si queremos lograr que el aula se convierta en viva experiencia hemos de transformarla en un espacio interactivo, donde se escuche con interés y respeto, no sólo, la voz del profesor, sino también, la de los estudiantes. De esta forma alcanzaremos, además, la libertad de participación, el juego, la diversidad.
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