Hay un
bellísimo cuento de un peregrino que se quedó a pasar la noche debajo de
un árbol en un bosque cercano al pueblo. En lo más profundo de las tinieblas,
pues era noche cerrada sin luna ni estrellas, oyó que alguien le gritaba:
-¡La piedra!
¡La piedra!, dame la piedra preciosa peregrino.
El hombre se
levantó, se acercó al hombre que le gritaba y le dijo:
-¿Qué piedra
quieres hermano?
-La noche
pasada- le dijo el hombre con voz agitada- tuve un sueño en el que se me dijo que si venía aquí esta noche encontraría a un peregrino que me
daría una piedra preciosa que me haría rico para siempre.
El peregrino
hurgó en su bolsa y le dio la piedra diciendo:
-La encontré
en un bosque cerca del río. Puedes quedártela.
El desconocido
la cogió y fue corriendo a su casa.
Al llegar a
su casa, abrió la mano y vio que era un enorme diamante. Durante toda la noche
no pudo dormir de la emoción, había surgido algo en su cabeza que le daba
vueltas durante toda la noche.
Al amanecer
volvió al lugar donde había dejado al peregrino y le dijo: “Dame por favor, la
riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de un diamante”.
---- La verdadera riqueza la aprendí de un humilde
Belén----- No consiste en amontonar cosas, sino en saberse desprender de ellas.
Nuestra
civilización nos enseña a apoderarnos de cosas, cuando debería iniciarnos en el
arte de desprendernos de ellas, porque no hay libertad no vida real sin un
aprendizaje del verdadero desprendimiento.
En momentos
en que impera la cultura del tener, el aparentar y el consumir, y se presenta
el egoísmo como un valor fundamental, debemos cultivar con la palabra y el
ejemplo el valor del desprendimiento. Asumir la vida como servicio puede ser la
clave para encontrar sentido y plenitud.
Es lo que le
sucedió al hombre vela, que comprendió que su misión de dar luz, vencer las
tinieblas e iluminar vidas suponía el gastarse y derretirse en la entrega.
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