La sabiduría que yo quiero y a la que aspiro…
A esa que, no se
engríe ante un halago.
A esa que, tiene
claro que todo lo que tiene es prestado.
A esa que, ve en los
problemas y en las críticas, grandes oportunidades para crecer.
A esa que, no se esconde de sus creencias y convicciones.
A esa que, no se
complace en el agradecimiento.
A esa que, sin temor, baja su nivel a la altura de un niño para compartir sus
juegos e historias infantiles.
A esa que, a pesar de los años no se cansa de admirar las obras pequeñas de la creación.
A esa que, da esa paz inquebrantable, que el mundo no puede dar.
A esa que, no olvida de
donde viene y a donde va.
A esa que, se rinde
ante la sonrisa de un “niño especial” . - mejor que decir, discapacitado-.
A esa que, se deja vencer ante la mirada de un recién nacido.
A esa que, se hace contemplativa ante la grandeza de la vida
ordinaria.
A esa que, no cierra
los ojos ante el dolor ajeno.
A esa que, te inspira
en cada despertar a ofrecer de rodillas el día al dueño de la creación.
A esa que, te hace
pequeño ante el beso de la persona amada.
A esa que, te hace
grande para cuidar día a día, lo pequeño de la vida corriente.
A esa que, no te evita los problemas sino que te anima a llevarlos
con fortaleza, y hasta con entusiasmo e ilusión.
A esa que, se anula ante el gran misterio de la Eucaristía.
A esa que, descansa
en un constante dialogo con el autor de la vida.
A esa que, enmudece
ante el consejo de un padre.
A esa que, lucha día
a día por hacerse alfombra para que los demás pisen blando.
A esa que, se esconde
dentro y no fuera.
A esa que, crece día
a día en la misma proporción en que crece tu oración.
A esa que, se hace
esencial en los detalles que no se ven a
simple vista.
A esa que, en medio
del dolor y las dificultades te hace decir y hasta cantar “Vale la pena vivir”.
Mariale.
Mariale.
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