Oí
hablar hace algunos años en Venezuela, en una conferencia con Antonio Pérez, de
segundo no me acuerdo, algo así como el rito de iniciación de los indígenas
Chiapas. Cuando el maestro alfarero
mayor, derrotado por el peso de los
años, decide retirarse, le entrega al alfarero joven las mejor de sus vasijas,
el tesoro más preciado de sus obras.
Para
mi sorpresa y la de muchos, el joven cuando la recibe, no la lleva a su casa o
algún tipo de museo para conservarla y que sea una obra de admiración e
inspiración. Todo lo contrario, ante la
vista de todos los presentes en la ceremonia, la arroja con todas sus fuerza al
suelo, de tal manera que se haga mil pedazos la vasija, y luego integra esos
múltiples pedazos en su arcilla para que el genio de su maestro continúe en su
obra.
Esta
historia real, me llevo a reflexionar sobre la importancia de no conformarme
con solo admirar las obras de los grandes, sus virtudes, sus cualidades, sus
trabajos y sus luchas heroicas, sino más
bien, en esforzarme por ser continuadora de esa labor, seguidora de esas luchas,
llevar la obra en mis propias manos, hacer vida en carne propia esa lucha, y
decidirme a llevar “al maestro”, “al genio”, “al Padre”, en mi vida ordinaria.
Para
ese entonces, estaba trabajando como tutora del colegio Altamira en Maracaibo,
y tras ese relato, me puse de meta no anhelar la admiración de mis pequeñitas
alumnas de primaria, sino mas bien anhelar el poder sembrarme en sus vidas y
germinar en sus buenos frutos.
Ya
son muchos los que se dedican a ser admiradores de glorias ajenas ahora hace
falta gente que se ponga en marcha y que se decida sin miedos a continuar las
buenas obras, por el bien personal, por el bien de la familia, por el bien de
la sociedad, por el bien del país, por el bien de la humanidad. Y tú ¿Qué
quieres ser?
Un
abrazo,